Juan Cruz y los libros que marcan una vida entre escritores
Periodista, editor y escritor, recopila en Secreto y pasión de la literatura sus vivencias junto a Borges, Vargas Llosa, Grass, Sontag y muchos otros autores.

Cuenta Juan Cruz Ruiz que, en su infancia de niño tinerfeño sin dinero, los libreros de los que se había hecho amigo después de pasar tanto tiempo en sus negocios le dejaban acariciar los libros que no podía comprar. Una imagen que simboliza la relación de este periodista, escritor, editor y otras muchas cosas más con la literatura. Desde que a los 13 años se atreviera (“yo fui un niño muy osado”, explica) a enviar la crónica de un partido de fútbol a un periódico local, allí nació una pasión por las historias y por cómo contarlas que le llevó a ser uno de los fundadores del diario El País, donde ejerció entre otras cosas de jefe de la sección de cultura, editor en alfaguara y autor de numerosos libros de narrativa, biografía, periodismo y poesía. El último, Secreto y pasión de la literatura, en el que nos muestra historias, encuentros y amistades de autores importantes de su vida, de Almudena Grandes a Guillermo Cabrera Infante, de Susan Sontag a Jorge Semprún, de Günter Grass a Mario Vargas Llosa. Hablamos de todo ello y de los libros que marcan una vida entre escritores.
Video: entrevista y libros recomendados de Juan Cruz Ruiz

Este libro es heredero de otro anterior, Egos revueltos, y en el prólogo hablas del ego del escritor. ¿El ego es fundamental para que exista una obra literaria?
Yo creo que el ego es distinto que el egocentrismo. El ego te permite levantarte de la cama y sentarte a escribir, o sentarte a hablar por teléfono, o a desayunar. El ego es imprescindible, es como el agua que tú necesitas para salir a la calle. Te duchas, es agua, bebes y es agua. El ego es el agua que necesitamos para que yo ahora me siente contigo. Para sentarme contigo, he tenido que ducharme, hacer todas esas cosas que he dicho e incluso leer. Leer es una manera de ducharse. El otro libro, el de los egos revueltos, si añade algo que son revueltos. Era hablar de la vanidad como empuje. Eso es más ego, eso es en cierto modo egocentrismo, pero este libro no es un libro sobre egocentrismos, es más bien sobre personas.
¿Cómo ha sido el proceso de recopilar estas historias, y cuál era el espíritu que lo ha guiado?
Yo opté por escribir un libro nuevo y no por prolongar Egos revueltos porque creía que ya tenía la madurez suficiente como para no hacer bromas con las dificultades y los malos momentos que pasa un escritor. Yo quería ser solidario con el escritor, desde Borges, a Gunter Grass, a Juan Marsé, a Susan Sontag… Quería que ellos fueran seres humanos contados como escritores, no escritores simplemente. Por esa razón, por ejemplo, Borges está comiendo, Semprún está casi llorando, Marsé está llorando en el sepelio de Vázquez Montalbán. Susan Sontag lloró, ahora me doy cuenta. No es que yo pensara en sacar llorando a estos autores, o de otra manera, sino que esas cosas ocurrieron de verdad y ahora que yo te lo estoy contando a ti son coincidencias que yo volvería a escribir de otra manera. Los libros no se acaban de escribir nunca, si tienes la intención de que perduren no como anécdota, sino como hechos, como categorías de lo que son los seres humanos. Y este es un libro sobre los seres humanos, sobre las personas. Escribir sobre las personas te obliga a querer a las personas.

¿Tu trabajo como editor te permitió acceder a un lado de los escritores al que no podías acceder como periodista?
Cuando yo era editor, entre 1992 y 2000, yo me ocupaba mucho de los autores de la mañana a la noche. Yo era un acompañante de los autores, no sólo por la mañana me preocupaba de que estuvieran contentos, sino que por la noche yo nos los dejaba. Si estaban solos no los dejaba solos. Me ocupaba de Julio Llamazares, de Antonio Muñoz Molina, de Elvira Lindo, de Pérez Reverte, de Susan Sontag… Era el último en irme de la vida de esos escritores cuando estaban solos por la noche. No hacía eso porque me lo mandara el trabajo, yo hacía eso porque yo tenía verdaderamente interés personal en que ellos estuvieran bien atendidos, porque la soledad del escritor es muy superior al ego. Entonces, mi trabajo era un poco raro, yo era un poco raro en el trabajo también. Me recibió la clase periodística literaria de una manera un poco mezquina, porque iba a ser director de Alfaguara, pero había sido redactor jefe de cultura en El País y creían algunos que yo venía a Alfaguara a hacerme cargo de un tanque en el que mandaba el grupo Prisa. A mí no me dieron instrucciones a ese respecto, me dijeron que hiciera la editorial y trabajé bastante y trabajé siempre, pero lo primero que publicó el ABC, de una persona que escribía con seudónimo entonces, era que yo venía a cerrar Alfaguara. Eso no era verdad. A mí no me dijo nadie que eso se iba a cerrar, ni que no hiciera nada más. Al contrario, abrimos a América Latina y publicamos a Cortázar, rescatamos a Benedetti, hicimos muchísimas cosas y yo no hacía todo eso por ser yo quien protagonizara eso, sino que fuera Alfaguara. Yo le tuve un enorme cariño a Alfaguara, y le tengo un enorme cariño.
De hecho, este libro también es un homenaje a los editores.
Este libro tiene varias partes que son entrevistas a autores, en este caso de Tusquets. Antes he hecho un libro que eran autores de Alfaguara y hay un homenaje a Beatriz de Moura y a Toni López, porque ellos, Beatriz de Moura en concreto, puso en marcha la editorial Tusquets en 1973 y la ha mantenido a lo largo de los años, muchos años ya, como una parte de la cultura española.
¿Cómo cambia tu perspectiva pasar de leer a alguien a que admiras a ser su amigo?
Acaban de darle un premio a Manuel Rivas, que fue uno de los primeros autores que yo incorporé a Alfaguara y al que yo he querido muchísimo, del que yo publiqué con gran éxito suyo La lengua de las mariposas y muchos otros libros, y con el que sigo teniendo una relación muy estrecha. Le felicité por el premio que le dan los editores, Cedro, y me dijo: ‘Los premios que yo tengo son también para ti’. Eso es seguramente un elogio amistoso, pero yo siempre me he sentido solidario con lo que les viene bien a los autores con los que yo he trabajado.
¿El libro es para ti un objeto sagrado?
Es sagrado pero desacralizado, porque muchos libros no son tan buenos como parecen, y a veces a mí me da rabia que no sean buenos, porque la materia del pensamiento con que se escribe un libro seguramente es buena, pero luego está la sintaxis, y la sintaxis no se improvisa. La sintaxis tiene su raíz en la poesía, si tú lees mucha poesía, si tú lees los libros como si fueran poesía, seguramente los libros sonarían mejor, y si tú escribes como si estuvieras obligado por la poesía, los libros serían mejores. Muchas veces yo escribo por un fogonazo que me llega de las personas, por ejemplo ahora me viene a la mente Roa Bastos. Roa Bastos era un hombre muy inseguro, siempre estaba pendiente de lo malo que le iba a pasar, y tengo un montón de anécdotas que estoy seguro que me pongo a escribirlas y me salen. U Onetti, Onetti es inacabable. O Rulfo: mis historias con Rulfo son muy hermosas, y en este libro no está, pero estaría, igual que estaría Benedetti, y tantos. Si no me muero antes habrá otro libro que ojalá se parezca a este o al otro, pero en su identidad y también en su obligación de ser. Que sea un libro justo y no una burla de los escritores.
Juan Cruz y los libros que marcan una vida entre escritores

Por el vigor que tiene ese libro y en la capacidad enorme que tiene Vargas Llosa para contar algo que pasó hace tiempo y fue decisivo para América Latina, que fue la destrucción de un sátrapa y que él, muchos años después, indagando, indagando, indagando, es capaz de construir sin fábula esa historia, siendo no sólo un escritor, sino un indagador, alguien que con enorme vigor explica la vida de un dictador.

Romanticismo es la crónica de Franco o del franquismo cuando ésta empieza a ser, me parece a mí, una puerta vieja que se estropea para siempre, aunque ahora hay mucho nostálgico que va cantando por ahí a Franco. El libro de Longares es una de las joyas de la literatura de la posguerra española.
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Este libro resume su manera de ver la vida a diario y es autografía pura. Hay que leer a Almudena Grandes.

Manuel Vicent es el gran prosista español de los mejores del siglo XX, que por el hecho de combinar periodismo o escritura periodística y la vida de un narrador, cuando es narrador le recuerdan que es periodista y cuando es periodista le recuerdan que es narrador. Es una prosa que merece no solo la academia, sino la inscripción en la mejor prosa española del siglo XX.

Me gustaría recomendar un libro de mi hija, Eva, pero a lo mejor ella se enfada. Creo que es una escritora emocionante y fue la que me descubrió, de nuevo, aquel poema de Rudyard Kipling que yo escribí de niño en la pared de mi casa. Es la primera lectora de un texto mío en la pared.