‘El odio’ y el dilema de hasta dónde puede llegar la literatura

El tema literario de la semana puede ser el tema literario del año. La suspensión cautelar de la publicación de El odio, la novela de Luisgé Martín prevista para el 26 de marzo, por la Fiscalía de Menores abre un escenario casi inaudito, pero especialmente provoca una serie de preguntas sobre un libro que todavía casi nadie ha leído. Lo que sabemos es que se trata de un libro de no ficción en el que el escritor madrileño indaga en el caso de José Bretón, el hombre que asesinó a sus dos hijos como venganza contra la que fue su pareja, Ruth Ortiz, y por lo que cumple actualmente una condena de 40 años de cárcel. Martín mantuvo una correspondencia con Bretón durante largo tiempo, e incluso le visitó una vez en la prisión. Según avanzaba su editorial, Anagrama, en El odio el autor intenta comprender lo que no se puede comprender, qué lleva a alguien a cometer un crimen así. La denuncia de la expareja de Bretón, y madre de los dos niños fallecidos, es lo que ha denotado el caso. De momento lo único seguro es que los lectores no podrán comprobar cómo es El odio: la editorial ha paralizado su distribución.
Más allá de los caminos de la ley, la denuncia y la medida cautelar nos plantean dos preguntas fundamentales. La primera es hasta dónde puede llegar la literatura. Si estuviésemos hablando de un libro de ficción inspirado en la realidad, todo esto seguramente no habría sucedido, pero hablamos de una obra que trata sobre temas reales y, sobre todo, con el autor de estos crímenes. Uno de los datos quizás claves reside en lo que se nos ha avanzado sobre la obra: en ella, en una de las cartas que bretón escribe a Martín, admite por primera vez el asesinato de sus hijos, incluso si ya ha sido condenado por ellos. En un texto difundido a la prensa, Ruth Ortiz deja clara su postura: “No podemos de ninguna manera ni forma dar voz a los asesinos para que puedan faltar al honor, a la intimidad y a la imagen de las víctimas, ni para que puedan revictimizarlas”.
Sin haber leído El odio, es imposible discernir si es censurable dar voz a los asesinos, aún cuando cualquiera intuye si lo hace no es de ninguna manera para blanquear sus hechos o para dar rienda suelta al morbo. El odio, anticipamos, es un libro que trata de acercarse al origen del mal, de un mal concreto, para tratar de entenderlo o, al menos, de acercarse a ello. Un interés literario clásico que aquí se tiñe de realidad, y que tiene varios antecedentes claros. En la propia nota de prensa de Anagrama se cita el más obvio, El adversario de Emmanuel Carrère. En el caso del autor francés, fue otro asesino, Jean-Claude Romand, al que se acercó para tratar de averiguar qué mecanismos de la mente humana se activan para que alguien pueda mantener una mentira durante años y, cuando podía ser descubierto, prefirió matar a toda su familia que enfrentarse a la vergüenza.
En el caso de El adversario, Carrère también quiso asomarse al abismo, pese a que sabía que no iba a encontrar respuestas. También quiso asomarse allí, pero de una manera distinta, Truman Capote en A sangre fría, solo que a diferencia del francés, se anticipó a la justicia, dando pie a toda un linaje literario que mezcla el reportaje periodístico con la novela. La diferencia fundamental de El odio con respecto a la obra de Carrère es que, a diferencia de Jean-Claude Romand, que asesinó a su familia directa, aquí hay una víctima que siente que la literatura, por útil que pueda ser, no tiene derecho a nutrirse de lo que le causa dolor.
Esto nos lleva a la segunda gran pregunta que suscita el caso: ¿Quién tiene derecho a contar una historia o a no contarla? Dicho de otra forma: si se basa en un caso real, con personas que aún viven, ¿puede cualquier autor, sin vinculación directa con los hechos, ejercerse como contador de los mismos? La cuestión es más compleja de lo que parece, porque en ella se sustenta gran parte de la literatura. Toda historia, por ficción que sea, encuentra siempre una vinculación con la vida real. La cuestión es si una historia real y reciente, que todavía causa dolor, puede ser contada por quien no la ha vivido, y por tanto revivida por el que ya la vivió. Mientras esperamos a que la justicia avance con sus métodos, la pregunta sigue resonando. De momento, sin respuesta.