El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.
Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.
La Iglesia y la vergüenza de Cuelgamuros. Un insulto a la decencia
Ha elegido el Gobierno la peor de las soluciones posibles para el Valle de los Caídos o, si eso les hace más felices, Cuelgamuros. No hay manera de entender por qué el Gobierno de Pedro Sánchez se ha sometido, de rodillas, a los dictados de la Iglesia
El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.
Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.
¿Resignificación, dicen? Palabra ridícula para esconder una vergüenza mayúscula, descomunal. Ha elegido el Gobierno la peor de las soluciones posibles para el Valle de los Caídos o, si eso les hace más felices, Cuelgamuros. No hay manera de entender por qué el Gobierno de Pedro Sánchez se ha sometido, de rodillas, a los dictados de la Iglesia. La decisión que se nos ha comunicado a los españoles, pactada en los oscuros secretos del Vaticano con cardenales y obispos, las tinieblas como norma, sin el menor aviso y sin la menor consulta con nadie, ni partidos, ni entes sociales, ni organizaciones no gubernamentales, con nadie, repetimos, es una ignominia.
Nada tiene el Ojo en contra de que aquel mamotreto insufrible, ideológica y estéticamente pase a manos de la Iglesia. Todo para ellos. La cruz, los altares, las sacristías, las gigantescas estatuas piadosas, los confesionarios, los ricos ropajes, los cirios, los cálices y los copones. Pero, uno, que se lo paguen ellos, que les sobra dinero de sus muchos oros y sus muchas posesiones, incluidas sus torvas inmatriculaciones, y, dos, que no mezclen sus rezos y sus admoniciones con la memoria de los cuerpos allí enterrados, la solución que nos vende el Gobierno, una absoluta aberración. ¿Qué hay que compartir con la Iglesia? ¿Por qué? ¿Cómo es posible que vayamos a consentir que esos restos de anarquistas, de comunistas, que dieron su vida por la libertad y en contra del fanatismo, entre otros, de los jerarcas de esta misma Iglesia, vayan a permanecer bajo la sombra monstruosa de esa cruz opresora?
Lo primero debería haber sido acabar con esa impropia e insultante promiscuidad de signos religiosos, obligada hasta ahora, con esos huesos humanos que nada querían saber de ellos. Podía haber optado el Gobierno por sacar los restos y llevárselos a un lugar digno para hacer un Memorial como es debido. Por un lado, las jaculatorias y las pías plegarias y por otro el respeto a la historia. ¿Qué tal Teruel, que ya sabemos que existe, dado que muchos de esos cuerpos maltratados proceden de fosas comunes de aquellos pagos aragoneses alimentadas con los fusilados por los falangistas y demás ralea franquista? La basílica, repetimos, para ellos, los monjes, los curas y sus obispos y cardenales. Hay enterrados en el Valle ahora mismo, para que ustedes sepan de qué estamos hablando, más de 33.000 fallecidos en la Guerra Civil. Pero cuidado, no se confundan: unos 22.000 proceden del bando nacional y entre 10.000 y 11.000, de la zona republicana. Pero conozcan todos los súbditos de este reino que los procedentes de la zona de los vencedores están perfectamente identificados con su ficha pertinente. ¿Los republicanos, los rojos? Esos daban igual, que se sacaron de tapadillo con excavadoras y allí están ahora sus huesos mezclados, que no merecieron ni tan siquiera la misericordia de recibir una sepultura digna. Las que les negaron, entre otros, los representantes de la Iglesia que en aquellos años cuarenta, cincuenta y hasta sesenta del siglo pasado llevaban bajo palio a su admirado dictador Francisco Franco, “Caudillo de España por la gracia de Dios”, rezaban sus cardenales, el diablo le tenga bien abrasado en el infierno.
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